Homenaje a Papi Juan Enero 2005
Llevo semanas pensando que escribirle a Papi Juan pero me encontraba siempre con una hoja en blanco, lo irónico de todo que no ha habido ni un solo día que deje de pensar en él.
Ustedes lo conocían muy bien, ¿no es cierto? Sí, yo creo que sí. Para algunos yo era aquella niñita, de la que él siempre presumía. Aquella pequeña que con torpeza cogía las baquetas y trataba de dar su primer redoble.
¿A ustedes que les parecía el abuelo? A mí, que era muy guapo; en el fondo, siempre fue mi gran ídolo. Recuerdo que siempre quería ser como él: ir por donde sus pasos me llevasen, que todo el mundo me viese con él. Todavía viene a mi mente el brillo de sus ojos; todo en él era muy especial… todo guardaba una cierta armonía ante su semblante. Siempre supuse que el abuelo tenía los ojos negros hasta que un día me di cuenta de que este pensamiento era eso: una simple suposición. Aún los veo, eran los ojos más especiales que existen; más allá de la cerrada imaginación de los que no los pudieron contemplar. Seguramente su aspecto y brillo somnoliento no me dejaron ver jamás la profundidad con la que te podían mirar, descubriéndose ante ellos todas las agonías, todas las dichas y desdichas sin mediar palabra. Atravesar tu alma con ese color tan especial. Papi Juan tenía los ojos del color de la noche… ¡en serio! Y en el centro un destello de luz.
¿Saben?, cuando yo era pequeñita siempre me subía a sus rodillas, con la ilusión de que me enseñara a tocar la batería, y nunca me cansaba de aprender, de tocar; y pasaban las horas, y horas, hasta que el abuelo, cansado, terminaba de enseñarme cómo coger las baquetas. Siempre nos decía a mí y a nathy, así como a sus amigos, lo guapa que nos veíamos, y nosotras, nos sentíamos inmensas, como unas reinas; pero el abuelo era así: te hacía sentir todo esto y lo que él quisiera sin tú poder hacer nada al respecto, no podía evitar demostrar lo orgulloso que se sentía de nosotras. Sé que no es nada humilde de mi parte y sé que nathy opinaria igual que yo, pero creo que el abuelo nos quería mucho. Y nosotras también lo queríamos a él. ¡Vaya que sí lo queríamos!
Papi Juan tuvo 10 nietos y nunca tuvo favoritismos. Su corazón era grande y abarcaba amor para todos pero gracias a Dios tuvimos la suerte, Nathy y yo, de vivir con el y crecer a su lado. Tenemos la dicha de recordar una infancia llena de música, de amor, de travesuras que lo hacíamos cómplice a Papi Juan, de dulces y sobretodo de muchas enseñanzas. En las mañanas eran las melodías de la guitarra, en las tardes los redobles de una batería; los domingos el café con leche, las caminatas por el parque y los dulces escondidos por todo su cuarto.
¿Saben? Nunca me regaló algo muy extravagante ni mucho menos caro. Pero me regaló unas baquetas, un saludo secreto, los infaltibles tres besos antes de dormir, un pedazo de cartulina que dice Te Quiero mucho, muchísimos recuerdos e infinidades de lecciones sobre toda la de Amar a la Vida... en fin, Papi Juan me regaló un trozo de su vida que yo guardo en ese espacio cerrado en el que depositamos los recuerdos.
Bueno hoy quisimos mi familia y yo darle un homenaje a Papi Juan, pero que homenaje se le puede dar a alguien que hizo de su vida un homenaje. La Vida de mi abuelo habló con voz fuerte y clara y todo aquel que tuvo la dicha de conocerlo puede dar fe de ello.
No quiero terminar sin antes darle gracias a Dios en nombre mío y de Nathy por darnos un abuelo irrepetible, al Papi Juan por hacer de nuestros días junto a él los mejores recuerdos de nuestra vida y a ustedes porque el amor que el les dio se ve reflejado en el afecto que nos tienen.
Ustedes lo conocían muy bien, ¿no es cierto? Sí, yo creo que sí. Para algunos yo era aquella niñita, de la que él siempre presumía. Aquella pequeña que con torpeza cogía las baquetas y trataba de dar su primer redoble.
¿A ustedes que les parecía el abuelo? A mí, que era muy guapo; en el fondo, siempre fue mi gran ídolo. Recuerdo que siempre quería ser como él: ir por donde sus pasos me llevasen, que todo el mundo me viese con él. Todavía viene a mi mente el brillo de sus ojos; todo en él era muy especial… todo guardaba una cierta armonía ante su semblante. Siempre supuse que el abuelo tenía los ojos negros hasta que un día me di cuenta de que este pensamiento era eso: una simple suposición. Aún los veo, eran los ojos más especiales que existen; más allá de la cerrada imaginación de los que no los pudieron contemplar. Seguramente su aspecto y brillo somnoliento no me dejaron ver jamás la profundidad con la que te podían mirar, descubriéndose ante ellos todas las agonías, todas las dichas y desdichas sin mediar palabra. Atravesar tu alma con ese color tan especial. Papi Juan tenía los ojos del color de la noche… ¡en serio! Y en el centro un destello de luz.
¿Saben?, cuando yo era pequeñita siempre me subía a sus rodillas, con la ilusión de que me enseñara a tocar la batería, y nunca me cansaba de aprender, de tocar; y pasaban las horas, y horas, hasta que el abuelo, cansado, terminaba de enseñarme cómo coger las baquetas. Siempre nos decía a mí y a nathy, así como a sus amigos, lo guapa que nos veíamos, y nosotras, nos sentíamos inmensas, como unas reinas; pero el abuelo era así: te hacía sentir todo esto y lo que él quisiera sin tú poder hacer nada al respecto, no podía evitar demostrar lo orgulloso que se sentía de nosotras. Sé que no es nada humilde de mi parte y sé que nathy opinaria igual que yo, pero creo que el abuelo nos quería mucho. Y nosotras también lo queríamos a él. ¡Vaya que sí lo queríamos!
Papi Juan tuvo 10 nietos y nunca tuvo favoritismos. Su corazón era grande y abarcaba amor para todos pero gracias a Dios tuvimos la suerte, Nathy y yo, de vivir con el y crecer a su lado. Tenemos la dicha de recordar una infancia llena de música, de amor, de travesuras que lo hacíamos cómplice a Papi Juan, de dulces y sobretodo de muchas enseñanzas. En las mañanas eran las melodías de la guitarra, en las tardes los redobles de una batería; los domingos el café con leche, las caminatas por el parque y los dulces escondidos por todo su cuarto.
¿Saben? Nunca me regaló algo muy extravagante ni mucho menos caro. Pero me regaló unas baquetas, un saludo secreto, los infaltibles tres besos antes de dormir, un pedazo de cartulina que dice Te Quiero mucho, muchísimos recuerdos e infinidades de lecciones sobre toda la de Amar a la Vida... en fin, Papi Juan me regaló un trozo de su vida que yo guardo en ese espacio cerrado en el que depositamos los recuerdos.
Bueno hoy quisimos mi familia y yo darle un homenaje a Papi Juan, pero que homenaje se le puede dar a alguien que hizo de su vida un homenaje. La Vida de mi abuelo habló con voz fuerte y clara y todo aquel que tuvo la dicha de conocerlo puede dar fe de ello.
No quiero terminar sin antes darle gracias a Dios en nombre mío y de Nathy por darnos un abuelo irrepetible, al Papi Juan por hacer de nuestros días junto a él los mejores recuerdos de nuestra vida y a ustedes porque el amor que el les dio se ve reflejado en el afecto que nos tienen.
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